Colombia: deber de memoria: Chile, un camino ya recorrido
Dídima Rico Chavarro
“Los que tienen memoria son capaces de vivir
en el frágil tiempo
presente, los que no la tienen,
no viven en
ninguna parte”.
Patricio
Guzmán
Colombia
Frente a la atrocidad de los crímenes y violencias que apagaron la
vida de más de 225.000 personas y dejaron más de 8.000.000 víctimas, una de las
mayores responsabilidades con el proceso de construcción de paz es que el
pueblo, polarizado por intereses irreconciliables y en disputa, desde su
diversidad acceda a la memoria colectiva a partir de los recuerdos mediados por
la clase social, la ideología, el género, la etnia, el sexo, lugares que
definen la memoria del sujeto y especialmente de quienes sufrieron y perdieron
en el conflicto, como afirma Walter Benjamín (1989).
La memoria se recrea en las relaciones de los sujetos
comprometidos con la historia de su pasado, ellos y ellas indagan por lo ocurrido
y lo transforman en el horizonte de mejorar el presente. La memoria es un pozo
del que emanan los recuerdos vivos, que en palabras de Halbwachz (2004) nos
permiten construir socialmente una topografía del recuerdo en clave dialéctica,
que conecta la sociedad, los sujetos, con la vida en comunidad y las
dispositivos culturales en pugna.
Hacer memoria; indagar por lo que pasó; recuperar las voces y las
historias de vida de las víctimas, de los actores del conflicto; construir los
contextos que vinculan factores económicos y políticos y relacionarlos con el
uso de la tierra, con la economía de las empresas nacionales en alianza con las
transnacionales, con los recursos naturales de las poblaciones, es fundamental
para significar la paz en sus adjetivos de estable y duradera.
El enfoque dado a los acuerdos
suscritos entre el Gobierno de Colombia y la insurgencia de las FARC-EP en el
2016, es parte del trabajo más sentido socialmente en orden a alcanzar la paz.
En ese proceso es necesario implementar estrategias pedagógicas que permitan
reconstruir el tejido de la vida, introducir un cambio en la
institucionalidad, espacializar las políticas y el cuidado de lo público, lo
cual demanda la continuidad de las agendas de gobierno y el compromiso
participativo e incidente de la ciudadanía en la consolidación de la
construcción de una sociedad más justa.
A las universidades nos corresponde generar nuevas epistemologías
que reconozcan la conexión dialéctica entre historia oficial y memoria del pensamiento
crítico de las voces de las víctimas de los opositores, la urgencia de
recuperar el valor de la vida y su cuidado, los sentimientos, la solidaridad,
así como la necesidad de identificar las formas de violencia que emergen en el
posacuerdo.
Un fin prioritario es desestructurar las prácticas selectivas y
sistemáticas de genocidio que se renuevan socialmente, como el caso de la desaparición
empleada para eliminar el enemigo en tensión con el poder dominante,
desaparecer el cuerpo y la existencia misma de los sujetos objeto del
exterminio, como afirma Feierstein (2012), una lógica dirigida a modificar y
reorganizar las relaciones sociales a partir de la victimización colectiva y su
especificidad como forma de neutralizar la llamada delincuencia subversiva.
Es una prioridad del Estado en Colombia cumplir su compromiso con
la desestructuración del paramilitarismo en sus nuevas formas de expresión, y
sus agendas destinadas a mantener el control ideológico y territorial sobre las
poblaciones, a través del exterminio y la militarización social. De ahí la
importancia de conocer y reconocer las organizaciones y movimientos sociales en
su papel de participar y ayudar a la recuperación de las memorias en el
horizonte del nunca más.
En Colombia las mujeres ayudan a mantener el hilo de la memoria
para recuperar el tejido social. Basta con referir, a modo de ilustración, el
trabajo permanente por la verdad y la justicia que realizan colectivos de
mujeres como las Madres de Soacha, las Madres de la Candelaria, los colectivos
de mujeres afro, la Asociación de Familiares de Detenidos Desaparecidos (ASFADDES),
la Fundación Nidia Erika Bautista, la Organización Femenina Popular (OFP), la
Ruta Pacífica de las Mujeres, la Mesa de Mujer y Conflicto Armado, la Red
Nacional de Mujeres, la Casa de la Mujer, Sisma Mujer, la Corporación
Colombiana de Teatro, la Red Mariposas de alas nuevas construyendo futuro, y
miles de mujeres que desde sus lugares hacen de la memoria un recurso para dar
mayor sentido a la vida.
La recuperación de las memorias del pasado en los lugares donde se
destruyó la vida de los pobladores con ocasión de conflicto armado, así como su
corporeidad según el sexo y la diversidad que caracteriza a su narrador o
narradora, es una de las apuestas más necesarias con las que se encuentra la
construcción de la paz, en su proceso de reconciliación social.
La emergencia de las investigaciones vinculadas a graves
violaciones de derechos humanos, centradas en el principio de nunca más,
conllevan el deber de recordar, contar, divulgar, en el propósito de evitar
que las violencias se repitan.
El momento histórico que vive
Colombia implica un profundo compromiso con la memoria, articular los procesos
pedagógicos existentes en la diversidad del país, una geohistoria que dé cuenta
de las memorias de los lugares y sus habitantes, una pedagogía de la memoria
que haga resistencia al olvido. Es necesario desenmascarar la producción
simbólica de la violencia política, de la violencia cotidiana edificada
culturalmente bajo la idea de un enemigo que nos acecha y a quien debemos
repeler, y aceptar su eliminación.
La voz de la memoria que se vitaliza en el presente se proyecta
con el compromiso de contribuir a establecer y erradicar las causas que
permitieron el daño, e impedir que se repitan los actos de barbarie que
silenciaron la diversidad de pensamientos opuestos al poder político empeñado
en acallar lo diferente.
Los procesos de expresar y hacer públicas las interpretaciones y
sentidos de esos pasados son dinámicos, no están fijados de una vez para
siempre. Van cambiando a lo largo del tiempo, según una lógica compleja que
combina la temporalidad de la manifestación y elaboración del trauma
(irrupciones como síntomas o como “superación”, como silencios o como olvidos
recuperados), las estrategias políticas explícitas de diversos actores, y las
cuestiones, preguntas y diálogos que son introducidos en el espacio social por
las nuevas generaciones, además de los “climas de época” (Jelin, 2002,
Catástrofe social, párr. 4).
Aprender de experiencias comparadas
que han abierto caminos para sanar las heridas, a partir del compromiso desde
fuentes diversas de producción de memoria que nos ayudan a fortalecer procesos
pedagógicos para hacer visible la necesidad de desarrollar estrategias dirigidas
a promover una nueva sensibilidad social en Latinoamérica, así como el trabajo
de las mujeres en la recuperación de la memoria, son una fuente de producción
pedagógica para el desarrollo del principio de nunca más en el proceso de
construcción de la paz.
Un caso de memoria en Chile
Hacer una breve referencia a la documentación memorial sobre la
lucha de las mujeres de Calama, para desenterrar la verdad ocultada por el régimen
del terror en Chile y el papel de los intelectuales comprometidos con visibilizar
lo ocurrido, resulta no solo conveniente sino necesario.
Con tal propósito se destacan los esfuerzos culturales que desde
diversos campos del saber se conjugaron para hacer visible el trabajo de recuperación
de la memoria de hechos victimizantes de la dictadura y que comprenden: un documental,
acompasado por el registro fotográfico de una periodista; la canción Mujer de
Calama; el relato periodístico sobre la recuperación de datos judiciales que
permitió responsabilizar al régimen de Pinochet y culminó con la organización
de jóvenes chilenos que convirtieron la memoria en instrumento para exigir un
cambio en la educación y el modelo económico.
En el documental La nostalgia de
la luz, a propósito de los actos de recuperación de la memoria, afirma su
autor, Patricio Guzmán: “La oscuridad y el silencio tienen mucho en común con el pasado, con lo que se recuerda, con lo que se
escucha, se imagina y se olvida, pero todo aparece nuevamente cuando la
memoria lo vuelve visible y la voz le da vida” (Guzmán, 2012).
El encuentro de las mujeres en el
desierto con sus seres queridos, solo fue posible con algunos fragmentos óseos
de sus cuerpos, pues estos fueron desmembrados, sus huesos desenterrados y
arrojados al mar por orden del general Pinochet, comenta la fotógrafa Paula
Allen, autora del libro de fotografía Flores en el desierto.
La fotógrafa, con su cámara y su
compromiso, por años acompañó e hizo visible a través de la narrativa de las
imágenes fotográficas la búsqueda por parte de las mujeres de Calama para
ubicar y desenterrar los cuerpos de los desaparecidos, levantar la memoria y
unir la verdad de la voz fragmentaria de las víctimas del régimen dictatorial;
las mujeres, con su persistencia y su entrega a la causa de la verdad de lo
ocurrido, lograron desvelar la verdad con el fin que los crímenes y graves
violaciones a derechos humanos no se quedaran en la impunidad del silencio
provocado por el régimen de Augusto Pinochet.
En ese contexto
emergen otros actos culturales comprometidos con levantar la voz de la memoria.
Víctor Manuel San José canta Mujer de Calama:
Mujer de calama con tu memoria
haremos la siembra para la historia
Mujer de Calama cerca del fuego
tejiendo maletas con los recuerdos
Mujer de Calama dile a tu sombra
que aunque no lo crea nunca esta
sola .
La periodista Patricia Verdugo,
quien dedicó su vida a la investigación periodística en busca de la verdad
sobre las violaciones a derechos humanos y la responsabilidad militar, en uno
de sus textos que fundamentaron el proceso del juez Juan Guzmán sobre la
Caravana de la Muerte y que contribuyeron al proceso judicial contra el general
Pinochet, expresó:
Todo indica que la misión militar
encomendada al general Arellano Estar, Oficial Delegado del general Pinochet,
conocida como “caravana de la muerte”, tenía dos objetivos: instaurar el miedo
en el corazón de la población civil e imponer en el Ejército una “línea dura”
e implacable. Para alcanzar estas metas no se trepidóen masacrar a
prisioneros indefensos y hacer desaparecer sus cadáveres. (Verdugo, 2000, p.
5).
Hoy
el movimiento estudiantil Indignados-Chile busca su memoria, hace su propia
historia y se sitúa como un movimiento social fuerte que demanda el cambio en
la educación y toma posición con su pasado, porque ni en la política del
Estado, ni en la academia, ni en la casa, ni en la Iglesia, se generaron
estrategias para contarles qué les pasó, por qué los sometieron al silencio y
la indiferencia, por qué la sociedad hizo ruptura con el pasado.
Con el propósito de cambiar el
modelo económico y participar activamente en la política, entre el 2011 y 2013
los jóvenes recurrieron al pasado del pre-golpe militar, cuando esta
participaba como actor político en partidos y organizaciones sociales. La
repolitización rescató el imaginario social de la figura de Salvador Allende,
silenciada durante y después del régimen militar, que bajo la premisa de
reconciliación posicionó socialmente la memoria hegemónica de la dictadura,
como correlato necesario en la profundización y sostenibilidad histórica del
desarrollo económico del país, centrado en la economía del mercado tipo Milton Friedman (Piñera, 2006), y un nivel
de vida centrado en el consumo. En ese contexto:
la conexión con una historia que
había sido interrumpida por el golpe militar. La amnesia salía de su letargo y
la memoria histórica se revitalizaba, lo cual abría la puerta para mirar al
pasado, exhibir de manera pública una memoria que hasta entonces había
circulado por los márgenes para reconstruirla de manera colectiva. En esta
línea, conocer qué, cómo, y por qué se rompió el orden institucional en Chile
significaba, para esas nuevas generaciones, acceder a lo que fue la dictadura
y re-significar la memoria. (Walman, 2014).
A manera de conclusión
El entrelazamiento entre
experiencias colectivas del recuerdo vivo del pasado, que aportan al acumulado
de fuentes que hacen memoria, son la base para el desarrollo de construcción de
la paz.
Un país que abre sus venas a la
disputa por el derecho al diálogo, al reconocimiento de la dignidad, a
concertar a partir de acuerdos que reconocen que la paz solo es posible
asumiendo una política que conjugue el poder de las mayorías con el de las
víctimas y las minorías, en el horizonte de lograr una sociedad justa y
equitativa en la reproducción y redistribución de sus recursos.
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